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    Jackie Kennedy Onassis y su amor por París

    Manuel Santelices
    Escrito por Manuel Santelices | 08 abril 2021

    La capital francesa tuvo un lugar especial en el corazón y la existencia de la ex primera dama estadounidense y sus calles fueron el escenario perfecto para tres etapas muy distintas de su vida.

     

    Calle de París y Torre Eiffel

    Calle de París y vista de la Torre Eiffel

     

    Decir que Jacqueline Lee Kennedy Onassis era una francófila es quedarse corto. Jackie –como la llamaremos siguiendo su estatus de ícono de la cultura pop– amaba Francia y, especialmente París, una ciudad que visitó en numerosas ocasiones y donde pasó tres importantes períodos que marcaron profundamente su vida.

    El primero fue en 1949, cuando, con apenas 20 años, llegó a estudiar dos semestres como parte de un programa especial del Smith College en el exterior. El programa le exigió hablar francés en todo momento, una tarea que Jackie aceptó feliz porque, según escribió luego en una carta a su hermanastro Yusha Auchincloss, sentía “una manía absoluta respecto a hablar francés en forma perfecta”.

    Con algo de sangre francesa proveniente de su padre, John Bouvier, y con un interés natural hacia la literatura, el arte y la cocina del país, la futura primera dama se sumergió encantada en lo que años más tarde describiría como “uno de los años más felices y libres de mi vida”.

     

    París

    París

     

    A diferencia de otras estudiantes de su grupo, Jackie consiguió, gracias a las conexiones de su padre, instalarse en la mansión de la condesa Guyot de Renty en la Avenue Mozart, en el muy elegante 16th arrondissement (XVI Distrito). La condesa tenía una casa enorme y una historia trágica que la había llevado a arrendar habitaciones a estudiantes extranjeros.

    El París que recibió a Jackie aún no estaba completamente recuperado de la guerra. Había racionamiento de agua y energía y la calefacción era escasa. Eso no impidió, sin embargo, que ella disfrutara cada momento, satisfaciendo una ansiedad de aprendizaje y conocimiento, la cual la destacó a menudo entre las mujeres de su época.

    En un año, Jackie tomó clases principalmente de arte y literatura en La Sorbonne, la Ecole du Louvre y el prestigioso Institut d’etudes politiques (Sciences Po); visitó frecuentemente galerías y museos, especialmente el Musée des Arts Décoratifs, el cual tuvo gran influencia en las decisiones que años después tomaría al decorar la Casa Blanca; bebió cócteles por la noches en el bar del Ritz, y pasó los fines de semana en el magnífico Château de Courances, a 80 kilómetros de París, propiedad de la familia Ganay, amigos de su padrastro, Hugh Auchincloss, donde practicó su deporte favorito: la equitación.

     

    LA PRIMERA DAMA

    Doce años más tarde, el 31 de mayo de 1961, Jackie regresó a París en circunstancias muy diferentes. Ahora era la primera dama de Estados Unidos y llegaba en una visita oficial de tres días acompañando a su marido, el presidente John F. Kennedy, aunque éste, en una memorable conferencia de prensa en el Palais de Chaillot, anunció sonriendo que la cosa era al revés, y que más bien él era quien acompañaba a Jackie.

     

    Jackie y John F. Kennedy. Foto: JFK Library

    Jackie y John F. Kennedy. Foto: JFK Library

     

    Para entonces, la primera dama ya era una estrella internacional de estilo y elegancia, una mujer profundamente admirada e imitada y, sin duda, la mejor arma política y de relaciones públicas de la Casa Blanca.

    “De pronto, todo lo que había sido considerado negativo –mi peinado, que hablara francés, que no adorara participar en la campaña... que todos pensaran que era una snob y que odiaba la política–, todo lo que había hecho antes, una vez que llegamos a la mansión presidencial fue pensado como fantástico”, confesó ella tres años más tarde en una reveladora conversación con Arthur Schlesinger, la cual fue grabada y finalmente presentada al público en 2011, 47 años después de la entrevista.

     

    Jackie Kennedy en el Palacio del Elíseo en 1961. Foto: JFK Library

    Jackie Kennedy en el Palacio del Elíseo en 1961. Foto: JFK Library

     

    Su popularidad era apabullante. A su llegada a París fue recibida por cerca de medio millón de personas apostadas en la calles con la esperanza de dar un vistazo aunque fuera de lejos a la famosa mujer. En los días siguientes, mientras el presidente mantenía reuniones bilaterales, ella llevó a cabo su propia agenda de actividades, deslumbrando por su juventud, belleza, estilo y, especialmente, por su conocimiento de la cultura e idioma francés.

    Uno de los momentos más recordados del viaje fue la comida en el Palacio de Versalles. La relación entre el presidente Kennedy y Charles de Gaulle, aunque cordial, no era la mejor. Según relató el asesor de Kennedy Theodore Sorensen en el libro “Mona Lisa en Camelot”, el presidente francés era “irritante, intransigente, terriblemente vanidoso, inconsistente e imposible de satisfacer”. Aún así, su carácter fue mucho más amable hacia Jackie, sobre quien luego comentó que “conoce mucho más de la cultura francesa que la mayoría de las francesas”.

    La primera dama hizo alarde de su simpatía y modales, conquistando no solo a De Gaulle –cuya compañía no disfrutó especialmente y a quien tildó de “egomaníaco y resentido” en su posterior entrevista con Schlesinger– sino también a su ministro de Cultura, André Malraux, quien le prometió que enviaría la Mona Lisa a Estados Unidos para una exhibición especial.

     

    Jackie y J. F. Kennedy con el ministro de Cultura de Francia, André Malraux. Foto: Christies

    Jackie y J. F. Kennedy con el ministro de Cultura de Francia, André Malraux. Foto: Christies

     

    LA MULTIMILLONARIA

    El tercer capítulo francés en la vida de Jackie fue junto a Aristóteles Onassis, su segundo marido y, por entonces, el hombre más rico del mundo.

    El magnate naviero griego y la ya famosa viuda contrajeron matrimonio en la isla de Skorpios –propiedad del novio– el 20 de octubre de 1968. Jackie lució un vestido corto de Valentino y él, como regalo de bodas, le dio un cheque por tres millones de dólares y la promesa de protegerla a ella y sus niños de la violencia que por entonces los Kennedy vivían en Estados Unidos –tras el asesinato de Robert F. Kennedy–.

    A partir de entonces, Jackie pasó largas temporadas en el fabuloso townhouse de Onassis en el número 88 de la Avenue Foch, uno de los barrios más exclusivos de París. La casona tenía 15 habitaciones y espectaculares vistas del Arco del Triunfo y la Torre Eiffel. En 2006, la única nieta del millonario, Athina Onassis, la puso a la venta por alrededor de 17 millones de dólares.

     

    Arco del Triunfo

    Arco del Triunfo

     

    La figura de Jackie, constantemente seguida por paparazzis, se hizo frecuente en las boutiques de la Avenue Montaigne, el Faubourg Saint–Honoré y los salones de alta costura de Dior en la Avenue François Premiere. La ex primera dama adquirió rápidamente la fama de ser una de las mujeres más gastadoras de la sociedad internacional, dilapidando verdaderas fortunas en carteras, vestidos y joyas en una sola tarde.

    De acuerdo a la mayoría de sus biógrafos, esta no fue una etapa especialmente feliz para ella. Su matrimonio fue más por conveniencia que por amor –para ambos– y quizás la única razón por la que duró hasta la muerte de Onassis en 1975 fue que los dos tuvieron la libertad para llevar sus vidas de forma independiente, reuniéndose de cuando en cuando para las vacaciones en Grecia o alguna cena en un restaurante de moda en Nueva York.

    Aparte de eso, no hubo mucho más. Jackie estuvo ausente durante los últimos meses de vida de su marido, cuando Onassis pasó la mayor parte del tiempo en cama enfermo, y su presencia en su funeral pareció más bien protocolar. Después de la muerte de su segundo marido, Jackie regresó permanentemente a Estados Unidos.

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