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    Brigitte Bardot y Saint–Tropez: El comienzo del mito

    Manuel Santelices
    Escrito por Manuel Santelices | 04 noviembre 2019

    La legendaria actriz francesa ha estado toda su vida ligada a este pequeño y adorable pueblo de la Costa Azul. Luego de filmar ahí la película Y Dios creó a la mujer en 1956, las cosas nunca volvieron a ser las mismas para ella o para Saint–Tropez.

     

    Saint-Tropez
    Saint-Tropez

     

    A sus 85 años, Brigitte Bardot vive un exilio auto impuesto en Saint–Tropez. Su casa, la legendaria, La Madrague, se encuentra al final de un camino de piedras frente a la bahía de Canoubiers, oculta detrás de árboles, arbustos y altos muros de adobe que años atrás protegieron a la estrella de miradas curiosas y flashes de paparazzi.

    En cierto modo, la casa parece detenida en el tiempo, con su decoración boho-chic de los años 60 y sus muros y terrazas cubiertos en buganvilias. Media docena de perros merodean por el jardín donde, entre flores y plantas, una serie de cruces de madera marcan las tumbas de otras mascotas que han pasado por la vida de la actriz.

    Brigitte Bardot sigue siendo la habitante más famosa de este pintoresco pueblo del sur de Francia, y también la más reclusa. De hecho, no ha puesto un pie en la playa de Saint–Tropez en décadas, pasando sus días, en cambio, dedicada a sus numerosas causas –especialmente la defensa de los animales–, escribiendo cartas donde critica duramente a políticos y líderes de opinión, y haciendo comentarios no siempre bienvenidos sobre espinudos temas, como la inmigración o el Islam. A su lado está su marido de los últimos 27 años, Bernard d’Ormale, un hombre que parece no tener otra misión que cuidar a su mujer.

    A estas alturas, la belleza de Bardot no es más que un recuerdo. La actriz que durante casi tres décadas definió el sex appeal francés con su pelo rubio y desordenado, su nariz respingada y unos labios que, para bien o para mal, han tratado de ser recreados por años en oficinas de cirujanos plásticos desde Buenos Aires a Beverly Hills, permitió que los efectos del tiempo dejaran libremente su rastro en su cuerpo y nunca mas pensó en el asunto. La nostalgia no es lo suyo.

    En una conversación con Vanity Fair en 2012, una de las poquísimas entrevistas que ha concedido desde su retiro en 1972, aseguró que no tiene tiempo para pensar en la vejez porque está demasiado ocupada con su trabajo a favor de focas, caballos o ballenas: “Hay más normativas sobre automóviles que sobre animales”, se quejó en esa oportunidad.

    Puede que Bardot no se permita pensar en el pasado, pero el resto del mundo no deja de extrañar a la joven, especialmente en Saint–Tropez, donde de niña pasó la mayoría de los veranos junto a sus padres, cuando el sitio no era más que una sencilla caleta de pescadores. Fue en ese mismo lugar donde, en la cúspide de su fama, encontró refugio y descanso.

     

    SALTO A LA FAMA

    La rubia seductora comenzó su carrera temprano, posando primero para diseñadores de sombreros que eran amigos de su madre y apareciendo en la portada de Elle cuando tenía apenas 15 años. Su carrera en el cine llegó de la mano del que se convirtió en su primer marido en 1952, Roger Vadim, el legendario director que luego contrajo matrimonio con Catherine Deneuve y, posteriormente, con Jane Fonda.

    En 1956, Bardot y Vadim viajaron a Saint–Tropez para filmar su primera película juntos, Y Dios creó a la mujer, un sensual drama que convirtió a la francesa en una superestrella internacional y símbolo sexual indiscutido de su generación, y que transformó al adormilado pueblo costero en lugar favorito del jet set, visitado desde entonces por una larga lista de estrellas, desde Alain Delon y Johnny Hallyday en los años 60 hasta Beyoncé, Kate Moss y Leonardo DiCaprio en la actualidad.

     

    Brigitte Bardot en Saint-Tropez en 1956
     
    Brigitte Bardot en Saint-Tropez en 1956.

     

    A comienzos de esta década, las fiestas de Sean “P. Diddy” Combs a bordo de su yate o en el VIP Room Club se convirtieron en el punto más alto de la temporada veraniega en la Costa Azul. La propia Bardot hizo famoso uno de los sitios favoritos de las celebridades hasta hoy, Club 55, en Pampelonne Beach. Otro lugar preferido por la estrella es Tabou, un bar en la playa que ha sufrido pocos cambios desde que fue inaugurado en la década de los 50.

    Volviendo a la historia, el matrimonio de Bardot y Vadim terminó en divorcio poco después del estreno de Y Dios creó a la mujer. En la década que siguió, la estrella y su estilo de vida relajado y casual fue sinónimo de Saint–Tropez, ayudando a definir, con ayuda de un bikini, grandes anteojos de sol y un pañuelo en la cabeza, el look playero de los años 60.

    En años en que el sexo libre, el feminismo y la bohemia de lujo tuvieron su máxima expresión, Bardot fue la “poster girl” de todo lo que se consideraba moderno, incluyendo el topless.

    En 1959 Brigitte Bardot se casó por segunda vez, ahora con el actor Jacques Charrier –padre de su único hijo, Nicolas–, de quien se divorció en 1962. Cuatro años después contrajo matrimonio con el multimillonario alemán y heredero de Opel, Gunter Sachs.

    Platinados, hedonistas, seductores y, se rumoreó por entonces, envueltos en un matrimonio abierto, Sachs y Bardot fueron una de las parejas más fotografiadas del mundo durante los tres años que duró su matrimonio. Ella era el símbolo de la sensualidad europea y él un amable Don Juan.

    Décadas después, ya divorciados, el magnate se refirió a esa época en una entrevista de prensa: “Había una docena de playboys en el mundo, no más que eso. Eran encantadores, hablaban varios idiomas y se comportaban bien con las mujeres. Hoy la mayor parte de la diversión ha desaparecido”.

     

    ADIÓS AL CINE

    Después de su divorcio de Gunter Sachs, Brigitte Bardot anunció su retiro del cine en 1972, cuando tenía poco menos de 40 años, y se instaló en La Madrague, casa que había adquirido en 1958 en Saint–Tropez. Poco tiempo después compró otra propiedad, La Garrigue, donde actualmente tiene caballos, cerdos, burros y vacas. Saint–Tropez, el mismo lugar donde había dado el salto a la fama, se convirtió en su refugio.

    Las razones de su despedida del cine no están del todo claras, pero dice que se retiró a tiempo. “De otro modo, lo que le sucedió a Marilyn Monroe o Romy Schneider (ambas muertas trágicamente) podría haberme ocurrido a mí”, señaló en Vanity Fair. También ha explicado que se cansó de interpretar en público a un personaje que nunca realmente le interesó. Esa “sex kitten” de posters y revistas no refleja su verdadera personalidad. “Nunca en mi vida, ni antes ni después de Y Dios creo a la mujer, fui lo que realmente quería ser: una mujer honesta, directa. No fui nunca escandalosa y nunca quise serlo. Solo quise ser yo misma”, dijo en esa revista. Su extraordinaria belleza, su fama y su agitada vida romántica se interpusieron en sus planes.

    Solo cuando cerró detrás de sí las rejas de La Madrague en Saint–Tropez y se sentó a la sombra de los árboles a mirar el mar a la distancia, se sintió, sino en paz, al menos lejos de la vorágine. “Me siento ligada al Saint–Tropez que conocí. El viejo Saint–Tropez”, ha dicho. “No detesto el mundo, pero sí su promiscuidad”. El pueblo de la Costa Azul, originalmente una tranquila caleta de pescadores, fue, y continúa siendo, su refugio.

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