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    Japón, un destino inolvidable

    Heliodoro Hoces de la Guardia
    Escrito por Heliodoro Hoces de la Guardia | 22 abril 2021

    Desde pequeño, siempre me resultó atractivo Japón, pero no fue sino hasta que me encontraba a medio camino de mis estudios universitarios cuando pude hacer un viaje a Japón y visitar este fascinante país durante tres meses, teniendo la oportunidad de conocer numerosos lugares.

     

    Vista de una ciudad japonesa con el Monte Fuji de fondo

    Monte Fuji en Japón

     

    Conocida como la tierra del sol naciente –término que proviene de China, ya que desde la perspectiva de ésta el sol sale desde Japón–, este país ha tenido períodos de influencia extranjera, principalmente china, así como períodos de aislamiento. En el siglo XVII, el país tuvo un aislamiento total del resto del mundo, el cual se prolongó hasta mediados del siglo XIX, cuando se reinstauró al emperador Meiji y se proclamó el Imperio de Japón.

    Este aislamiento insular ha sido quizás lo que le ha permitido lograr un desarrollo mayor que el resto del Asia conocida, el cual gradualmente fue alimentando el espíritu imperialista, teniendo su mayor desenlace en la agresiva política expansionista que terminó en la participación de Japón en la Segunda Guerra Mundial.

    En este territorio densamente poblado, el orden es lo que prevalece. El pequeño país cuenta con cuatro islas principales: Honshu, Hokkaido, Kyushu y Shikoku, las cuales albergan la mayoría de sus 130 millones de habitantes.

     

    TOKIO, CORAZÓN DE JAPÓN

    Gracias a contactos que tenía con una familia japonesa conocida, tuve acceso a no solo conocer los atractivos turísticos, sino también la oportunidad de descubrir un Japón más tradicional que contrasta con el modernismo y movimiento vertiginoso de las grandes urbes.

     

    Vista aérea de Tokio con muchos edificios en Japón

    Tokio

     

    Me tocó compartir comidas sentado en el suelo con comensales que se acomodaban alrededor de una mesa con gran variedad de platillos, dormir en un futón –una especie de saco de dormir– en una habitación con correderas recubiertas de papel de arroz, y bañarme en una tradicional tina de madera.

    Mi llegada a Japón fue a Tokio, la capital y el centro de la política, economía, educación, comunicación y cultura popular del país. Lo que se conoce como el centro alberga a 14 millones de habitantes, pero el área metropolitana se amplía hasta llegar a los 37 millones, convirtiéndola en la mayor aglomeración urbana del mundo.

     

    Paso de cebra de Shinjuku en Tokio con muchos peatones, Japón

    Paso de cebra de Shinjuku en Tokio

     

    Un dato curioso es que, siendo el terreno un medio muy escaso, se ha ganado más de un 35 por ciento de espacio al mar con un proceso de compactación de basura seleccionada y prensada. Esto da una pauta de lo densamente poblado que es este país, en donde todo se da en dimensiones macro, lo que puede ser un tanto agobiante para una primera impresión. Recuerdo haberme perdido en la extensísima red del metro y vivir dos horas de inquietud. No es por nada que Tokio es el hogar del sistema de trenes de mayor complejidad en el mundo.

    Puede decirse que la capital es el corazón de Japón, pero si se busca experimentar su lado más tradicional, éste debe buscarse en lugares como Nara o Kioto. Ambos alguna vez fueron capital de Japón. Aquí se puede encontrar no solo estructuras arquitectónicas tradicionales japonesas, sino también casas de madera, casas de té, geishas, templos sintoístas y budistas, y numerosos jardines y parques, en los que el gran respeto que el japonés siente por la naturaleza resulta muy evidente.

     

    NARA, PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD

    El circuito turístico se concentra en la isla de Honshu, la mayor de las cuatro islas mencionadas. En ella está Tokio, desde donde uno puede tomar el Shinkansen o “tren bala”, en el cual en menos de tres horas uno se está bajando en la estación de Osaka, gran ciudad portuaria y antesala de visita a lugares como Nara y Kioto.

     

    Fachada de un templo religioso en Nara, Japón

    La ciudad de Nara alberga múltiples templos religiosos. Foto: Japan Online Media Center

     

    En Nara vivían mis contactos japoneses, por lo que fue un tanto mi lugar de residencia y desde donde inicié numerosas visitas. Nara fue capital imperial en el siglo VIII. Hoy es una grata y relativamente tranquila ciudad, con muchos templos religiosos, entre los que destaca el Templo Todai–ji, que alberga el buda más grande del país: una enorme estructura de bronce de 15 metros de altura en el interior de una edificación de madera que ha sobrevivido al paso del tiempo a pesar de haber sufrido incendios. Hoy es considerado Patrimonio de la Humanidad.

    Otro de los importantes monumentos religioso–históricos, también Patrimonio de la Humanidad, es el Templo de Kofuku–ji, el cual data del siglo VII y destaca por su bellísima pagoda de cinco pisos.

     

    Escultura de un león de Fu en un santuario budista en Japón

    León de Fu en santuario budista en Japón. Foto: Japan Online Media Center

     

    Los santuarios sintoístas son igualmente importantes, destacando Kasuga–taisha, también del siglo VII, con una serie de senderos con linternas de piedra y bronce apostadas a los lados, de las cuales el musgo se ha apoderado. Por lo general estas edificaciones se encuentran rodeadas de una gran vegetación. Resalta el bosque de Kasugayama, donde deambulan libremente los ciervos sika, considerados mensajeros de los dioses en el panteón sintoísta.

     

    KIOTO, VIAJE A LA TRADICIÓN

    A poca distancia de Nara está Kioto, la que también fue capital imperial. Kioto conserva hasta nuestros días bellos templos budistas, palacios imperiales, hermosos jardines y casas tradicionales de madera, todas construcciones que podemos apreciar hoy gracias a que durante la Segunda Guerra Mundial, esta fue la única gran ciudad japonesa que se salvó de los bombardeos americanos, conservando intacto su rico patrimonio artístico, histórico y arquitectónico.

     

    Kioto, viaje a Japón
     
    Calles de Kioto

     

    Mientras uno camina por los rincones de Kioto, con un poco de imaginación, puede evocar ese Japón del pasado que contrasta enormemente con la modernidad del Japón actual. Ahí cobra relevancia la filosofía de este pueblo, la que puede sintetizarse en “abrazar lo nuevo respetando lo viejo”.

    Kioto es la verdadera joya de templos y jardines tradicionales, a los que amerita dedicarles un buen tiempo. Uno de los imperdibles es el Kinkaku-ji o Pabellón Dorado, quizá uno de los lugares más visitados y fotografiados de Japón, con sus dos plantas superiores recubiertas de pan de oro. El enorme parque que lo rodea suele tener gran concurrencia de visitantes.

    Otros santuarios interesantes de visitar son el sintoísta de Yasaka, un gran complejo compuesto por numerosos y pequeños templos del siglo VII.

     

    Geisha con traje típico en Kioto, Japón

    Geisha en Kioto. Foto: Rocío Zamora

     

    Frente a este santuario está el barrio de Gion, la más conocida zona de geishas en Kioto, con numerosas casas de té apostadas en sus estrechas calles.

    Por otra parte, el santuario de To–ji es parte de un conjunto de templos que es Patrimonio de la Humanidad y que se caracteriza por tener la torre de madera más alta del país.

     

    Santuario de To–ji  en Kioto, Japón

    Santuario de To–ji en Kioto

     

    La tradición no puede dejar de lado a la gastronomía y es aquí en Kioto donde se puede disfrutar de la cocina kaiseki, la cual consiste en una gran secuencia de platos, por lo general porciones pequeñas y presentadas de forma artística en atractivas vajillas de porcelana. Un arte culinario que conjuga el gusto, la textura, la apariencia y el colorido de la comida, y donde los ingredientes son productos frescos como vegetales, carne, pescado, tofu, sushi, sopa miso y sashimi.

     

    HIROSHIMA Y LA BOMBA NUCLEAR

    Termino este circuito japonés refiriéndome a una visita a Hiroshima que me resultó muy conmovedora. Hoy es una ciudad moderna en la parte oeste de la isla de Honshu, donde nada indicaría –salvo por el Parque Memorial de la Paz– el horror que vivió el 6 de agosto de 1945, cuando se utilizó por primera vez la bomba atómica, la que dejó completamente destruida a la ciudad.

    Nadie puede quedar indiferente al visitar el Parque Conmemorativo de la Paz, el cual fue erigido en el centro mismo donde estalló la bomba en altura. Es una extensa visita que resulta dura por la fuerte carga emotiva que conlleva este legado de Hiroshima: la primera ciudad en sufrir un ataque nuclear. El área está dedicada a la memoria de todas las víctimas de este holocausto.

     

    Domo Genbaku en Memorial de la Paz de Hiroshima, Japón

    Domo Genbaku en Memorial de la Paz de Hiroshima. Foto: UNESCO

     

    Al aproximarse al parque lo primero que se divisa es el Domo Genbaku, llamado comúnmente la cúpula de la bomba atómica: ruinas de la que anteriormente fuese la sala de promoción industrial de la prefectura de Hiroshima. Estar frente al esqueleto del edificio produce escalofríos. Quizás es la razón por la cual se decidió no demolerla y dejarla en el centro del parque como un testimonio viviente de lo destructiva que puede ser una guerra.

    Este parque, que se terminó de construir en 1954, contempla un gran edificio que alberga al Museo Conmemorativo de la Paz, el cual podría calificarse como el museo del horror, una visita muy estremecedora que todo el mundo debiera realizar. Allí se exponen grandes fotografías de cómo era Hiroshima antes y después del ataque, reflejando el grado de destrucción y cómo todo fue enteramente arrasado, quemado y evaporado. No olvidaré aquellas fotos en donde el único vestigio humano que quedó fue una sombra plasmada en alguna ruinosa estructura.

     

    Parque Memorial de la Paz de Hiroshima, Japón

    Parque Memorial de la Paz de Hiroshima. Foto: UNESCO

     

    El Monumento a la Paz de los Niños es especialmente emotivo, el cual conmemora a todos los niños que murieron a causa del bombardeo atómico. La idea de erigir este monumento surgió 10 años después del ataque, cuando una niña (que tenía tan solo dos años al momento del bombardeo) contrajo leucemia. Mientras combatía su enfermedad, comenzó a hacer origami en honor a la tradición que dice que si uno completa más de mil grullas de papel se conceden sus deseos.

    La niña completó más de mil, pero la enfermedad no respetó la tradición, por lo que al fallecer su historia produjo un gran impacto en todo Japón, creándose este monumento: una estilizada estructura metálica en forma de grulla, desde donde cuelgan miles de origamis aportados por niños de todo el país.

    Finalmente, en el centro del parque se encuentra el cenotafio conmemorativo a las más de 200 mil víctimas de esta tragedia, una estructura en piedra que contiene sus nombres.

    A pesar de la violencia que les tocó vivir en el pasado a los japoneses, hoy son un pueblo que busca la paz y la armonía en su cotidianidad. Un equilibrio entre lo sencillo y lo bello.

     

    Geisha con traje típico y maquillaje en Kioto, Japón

    Geisha en Kioto. Foto: Rocío Zamora

     

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